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Memorias de una Geisha
Memorias de una Geisha Arthur Golden
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Memorias de una Geisha Arthur Golden
Ttulo: MEMORIAS DE UNA GEISHA
Autor: (1997) Arthur Golden
Ttulo Original: Memoirs of a Geisha
Traduccin: (1997) Pilar Vzquez
Edicin Electrnica: (2002) Pincho
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Memorias de una Geisha Arthur Golden
Nota del traductor
Cuando tena catorce aos, mi padre me llev una noche, en Kioto, a un espectculo de
danza. Era la primavera de 1936. Slo me acuerdo de dos cosas. La primera es que l y yo
ramos los nicos occidentales del pblico; haca tan slo unas semanas que habamos dejado
nuestro hogar en Holanda y todava no me haba acostumbrado al aislamiento cultural, por eso
lo recuerdo tan vividamente. La segunda es lo contento que me sent, tras meses de estudio
intensivo del japons, al darme cuenta de que entenda fragmentos de las conversaciones que
oa a mi alrededor. De las jvenes japonesas que bailaron ante m en el estrado no recuerdo
nada, salvo una vaga imagen de kimonos de brillantes colores. Por entonces no poda saber
que casi cincuenta aos despus, en un lugar tan lejano como Nueva York, una de ellas se
convertira en una buena amiga ma y me dictara sus memorias.
Como historiador que soy, siempre he considerado que las memorias constituyen un
material de primera mano, que no slo nos proporciona datos de la persona en cuestin, sino
tambin del mundo en el que ha vivido. Difieren de la biografa en que el autor de las memorias
nunca tiene el grado de perspectiva que, de por s, suele poseer el bigrafo. La autobiografa, si
es que tal cosa existe, es algo as como preguntarle a un conejo qu aspecto tiene cuando
salta por el prado. ¿Cmo va a saberlo? Pero, por otro lado, si queremos saber algo del prado,
nadie est en mejor posicin que el conejo para decrnoslo, siempre que tengamos en cuenta
que nos perderemos todas aquellas cosas que el conejo no haya observado debido a su
posicin en un momento dado.
Digo todo esto con la certeza del investigador cuya carrera est basada en esta suerte de
distinciones. He de confesar, sin embargo, que las memorias de mi querida amiga Nitta Sayuri
me obligaron a replantearme algunas de mis opiniones al respecto. S, ella nos muestra el
mundo secreto en el que vivi; como si dijramos, nos da la visin del prado desde el punto de
vista del conejo. Posiblemente no haya una descripcin mejor de la extraa vida de las geishas
que la que aqu nos ofrece Sayuri. Pero adems nos deja una manifestacin de s misma que
es mucho ms completa, ms precisa y ms emocionante que el largo captulo que se le
dedica a su vida en el libro Deslumbrantes joyas del Japn, o en los varios artculos sobre ella
que han ido apareciendo a lo largo de los aos en revistas y peridicos. Se dira que, al menos
en el caso de este inslito tema, nadie conoca mejor a la autora de las memorias que ella
misma.
Que Sayuri llegara a ser famosa fue en gran medida una casualidad. Otras mujeres llevaron
vidas similares a la suya. Puede que la renombrada Kato Yuki Ïuna geisha que cautiv a
George Morgan, el sobrino de J. Pierpont, y se convirti en su desposada en el exilio durante la
primera dcada de este sigloÏ tuviera una vida an ms inslita en muchos aspectos que
Sayuri. Pero slo Sayuri ha documentado de una forma tan completa su propia saga. Durante
mucho tiempo cre que su decisin de hacerlo as haba sido fruto del azar. Si se hubiera
quedado en Japn, habra estado demasiado ocupada para que se le ocurriera la idea de
compilar sus memorias. Sin embargo, diversas circunstancias le llevaron a emigrar a los
Estados Unidos en 1956. Durante los cuarenta aos siguientes y hasta su muerte, vivi en un
apartamento decorado en estilo japons en el piso treinta y dos de las Torres Waldorf de
Manhattan. Pero tambin all su vida sigui teniendo la intensidad que la haba caracterizado
hasta entonces. Por su apartamento neoyorquino pasaron artistas, intelectuales y empresarios
japoneses, e incluso algn ministro y un gngster o dos. Yo no la conoc hasta 1985. Me la
present un conocido comn. Como profesor de japons me haba topado aqu y all con el
nombre de Sayuri, pero apenas saba nada de ella. Nuestra amistad creci y empez a confiar
ms y ms en m. Un da le pregunt si dara permiso para que se contara su historia.
ÏPues podra darlo, tal vez, si fueras t, Jakob-san, quien la pusiera por escrito.
As que nos pusimos manos a la obra. Sayuri tena claro que prefera dictar sus memorias a
escribirlas ella misma, porque, como me explic, estaba tan acostumbrada a hablar cara a cara
que no sabra qu hacer si no hubiera nadie escuchndola en la habitacin. Yo acept, y el
manuscrito me fue dictado en el transcurso de dieciocho meses. Hasta que no empec a
preocuparme por cmo traducir todos sus matices, no fui plenamente consciente del dialecto de
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Kioto que empleaba Sayuri Ï en el que las geishas se llaman geiko, y los kimonos, obebeÏ.
Pero desde el principio me dej arrastrar a su mundo. Salvo unas cuantas ocasiones
excepcionales, nos vimos siempre por la noche, porque era entonces cuando la mente de
Sayuri acostumbraba a estar ms despierta. Por lo general prefera que trabajramos en su
apartamento, pero alguna vez nos vimos en un apartado de un restaurante japons de Park
Avenue, del que era cliente habitual. Nuestras sesiones se prolongaban unas dos o tres horas.
Aunque las grabbamos todas, su secretaria tambin estaba presente y transcriba fielmente al
dictado sus palabras. Pero Sayuri nunca hablaba mirando al casete o a su secretaria; siempre
me hablaba a m. Cuando no saba por dnde tirar, yo era quien la guiaba y pona en la
direccin correcta. Yo consideraba que aquella empresa dependa de m y crea que su historia
nunca habra sido contada, si yo no me hubiera ganado su confianza. Ahora veo que la verdad
podra ser otra. Sayuri me eligi como amanuense, sin duda, pero podra haberse presentado
otro candidato adecuado antes que yo.
Lo que nos lleva a la cuestin fundamental: ¿Por qu quera Sayuri contar su historia? Las
geishas no tienen la obligacin de hacer voto de silencio, pero su existencia se basa en la
conviccin, tpicamente japonesa, de que lo que sucede durante la maana en la oficina y lo
que pasa por la noche tras unas puertas bien cerradas son cosas muy distintas, y han de estar
separadas, en compartimentos estancos. Las geishas sencillamente no dejan constancia de
sus experiencias. Al igual que las prostitutas, sus equivalentes de clase inferior, las geishas se
suelen encontrar en la posicin poco comn de saber si esta o aquella figura pblica mete
primero una pierna y luego la otra en los pantalones, como el resto de los mortales.
Probablemente estas mariposas nocturnas consideran que su funcin encierra algo de
depositaras de la confianza pblica, pero en cualquier caso la geisha que viola esa confianza
se coloca en una posicin insostenible. Las circunstancias que llevaron a Sayuri a contar su
historia eran poco comunes en cuanto que ya no quedaba nadie en Japn que tuviera poder
sobre ella. Los vnculos con su pas de origen ya estaban rotos. Tal vez esto nos da una pista
de por qu dej de sentirse forzada al silencio, pero sigue sin informarnos de por qu se
decidi a hablar. A m me asustaba plantearle la cuestin. ¿Y si al examinar sus propios
escrpulos al respecto le daba por cambiar de opinin? Ni siquiera cuando el manuscrito
estuvo acabado me atrev. Slo cuando ya haba recibido el adelanto del editor me sent lo
bastante seguro para preguntarle. ¿Por qu haba deseado contar su vida?
Ï¿Pues qu mejor cosa podra hacer con mi tiempo a mi edad? Ïcontest.
Dejo a la decisin del lector la cuestin de si sus motivos eran realmente as de sencillos.
Aunque estaba deseosa de dejar por escrito su biografa, Sayuri insisti en varias
condiciones. Quera que el manuscrito se publicara despus de su muerte y la de algunos
hombres que haban ocupado una posicin prominente en su vida. Todos murieron antes que
ella. A Sayuri le preocupaba mucho que sus revelaciones pudieran poner a alguien en
evidencia. Siempre que me ha sido posible he dejado los nombres reales de las personas,
aunque Sayuri me ocult incluso a m la identidad de ciertos hombres, mediante la convencin,
comn entre las geishas, de referirse a los clientes con sus apodos. El lector que al encontrarse
con personajes como el Seor Copito de Nieve Ïcuyo mote vino sugerido por su caspaÏ crea
que Sayuri slo est tratando de ser graciosa puede no haber comprendido su verdadera
intencin.
Cuando le ped permiso a Sayuri para utilizar una grabadora, mi intencin era que fuera slo
una garanta contra los posibles errores de trascripcin por parte de la secretaria. Pero despus
de su muerte, acaecida el ao pasado, me digo a m mismo si en el fondo no tendra otro
motivo: el de preservar su voz, una voz con una expresividad que pocas veces se encuentra.
Por lo general habla con un tono suave, como se puede esperar de una mujer cuya profesin
ha sido entretener a los hombres. Pero cuando quera dar vida a una escena, poda hacerme
creer slo con su voz que haba seis u ocho personas en la habitacin. A veces, por la noche,
solo en mi despacho, vuelvo a or las casetes, y entonces me cuesta creer que ya no est entre
nosotros.
JACOB HAARHUIS Catedrtico de japons de la Universidad de Nueva York
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Memorias de una Geisha Arthur Golden
Captulo uno
Imagnate que t y yo estuviramos sentados en una apacible estancia con vistas a un
jardn, tomando t y charlando sobre unas cosas que pasaron hace mucho, mucho tiempo, y yo
te dijera Æel da que conoc a fulano de tal... fue el mejor da de mi vida y tambin el peorÇ.
Supongo que dejaras la taza sobre la mesa y diras: Æ ¿En qu quedamos? ¿Fue el mejor o el
peor?Ç. Tratndose de otra situacin, me habra redo de mis palabras y te habra dado la
razn. Pero la verdad es que el da que conoc al seor Tanaka Ichiro fue de verdad el mejor y
el peor da de mi vida. Me fascin, incluso el olor a pescado de sus manos me pareci un
perfume. De no haberlo conocido, nunca hubiera sido geisha.
No nac ni me eduqu para ser una de las famosas geishas de Kioto. Ni siquiera nac en
Kioto. Soy hija de un pescador de Yoroido, un pueblecito de la costa del Mar de Japn. En toda
mi vida, no habr hablado de Yoroido, ni tampoco de la casa en la que pas mi infancia o de
mis padres o de mi hermana mayor, ni desde luego de cmo me hice geisha o de cmo te
sientes sindolo, con ms de media docena de personas. La mayora de la gente prefiere
seguir imaginndose que mi madre y mi abuela fueron tambin geishas y que yo empec a
prepararme para serlo en cuanto me destetaron, y otras fantasas por el estilo. En realidad, un
da, hace muchos aos, le estaba sirviendo sake a un hombre que mencion de pasada que
haba estado en Yoroido la semana anterior. Me sent como se debe de sentir un pjaro al
encontrarse al otro lado del ocano con una criatura que conoce su nido. Me qued tan
sorprendida que no pude contenerme y le dije:
ÏÀ Yoroido! De ah soy yo.
ÀPobre hombre! Su cara se convirti en un muestrario de muecas. Hizo todo lo posible por
sonrer, sin conseguirlo, porque no poda dejar de mostrar una turbada sorpresa.
Ï¿Yoroido? Seguro que no estamos hablando del mismo lugar.
Para entonces ya haca mucho tiempo que yo haba desarrollado mi Æsonrisa NohÇ; la llamo
as porque cuando la pongo parezco una mscara del teatro Noh, de esas que son totalmente
hierticas. La ventaja que tiene es que los hombres la interpretan como quieren; no te puedes
imaginar lo til que me ha sido. En ese momento pens que lo mejor sera usarla, y como era
de esperar, funcion. El hombre suspir profundamente y se bebi de un trago la copa de sake
que acababa de servirle. Luego solt una enorme carcajada, de alivio, creo yo, ms que de otra
cosa.
ÏÀQu idea! Ïdijo, soltando otra carcajadaÏ. ÀT de un poblacho como Yoroido! Eso sera
como pensar en hacer t en un cubo Ïy cuando volvi a rerse, me dijoÏ: Por eso eres tan
divertida, Sayuri-san. A veces casi consigues que me tome en serio las bromitas que me haces.
No es que me guste mucho pensar que soy como un cubo de t, pero supongo que en
cierta medida es cierto. Despus de todo, me cri en Yoroido, y nadie se atrevera a decir que
es un lugar con glamour. Casi nunca va nadie por all. Y la gente de all no tiene muchas
oportunidades de irse. Probablemente te ests preguntando cmo lo consegu yo. Ah empieza
mi historia.
La casa en la que vivamos en el pequeo puerto de Yoroido era una Æcasita piripiÇ, corno
la llamaba yo entonces. Estaba junto a un acantilado donde soplaba constantemente el viento
del ocano. De nia, pensaba que el mar estaba siempre acatarrado, porque jadeaba
constantemente, salvo cuando se quedaba como sin respiracin, antes de soltar uno de sus
grandes estornudos Ïlo que equivale a decir que de pronto soplaban rfagas tremendas
acompaadas de agua de mar pulverizadaÏ. Decid que nuestra casita se habra ofendido que
el ocano le estornudara en la cara cada dos por tres y empez a torcerse para quitarse del
medio. Probablemente hubiera terminado derrumbndose de no ser porque mi padre la
apuntal con un madero que rescat de un barco de pesca naufragado. De este modo, la casa
pareca un viejo borracho apoyado en una muleta.
Mi vida en la casita piripi tambin estaba un poco torcida. Como desde muy nia me parec
mucho a mi madre y apenas nada a mi padre o a mi hermana mayor, mi madre deca que
estbamos hechas iguales Ïy era verdad que las dos tenamos unos ojos peculiares, de un
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