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Federico García Lorca



Federico García Lorca

LIBRO DE POEMAS

(1921)

                                                                                                                                            "A mi hermano

                                                                                                                                            Paquito"

 

 

 

POÉTICA

   (De viva voz a Gerardo Diego.)

 

Pero, ¿qué voy a decir yo de la Poesía? ¿Qué voy a decir de esas nubes, de ese cielo? Mirar, mirar, mirarlas, mirarle y nada más. Com­prenderás que un poeta no puede decir nada de la Poesía. Eso déjaselo a los críticos y profesores. Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la Poesía.

Aquí está: mira. Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar de él sin litera­tura. Yo comprendo todas las poéticas; podría hablar de ellas si no cambiara de opinión cada cinco minutos. No sé. Puede que algún día me guste la poesía mala muchísimo, como me gusta (nos gusta) hoy la música mala con locura. Quemaré el Partenón por la noche para em­pezar a levantarlo por la mañana y no terminarlo nunca.

En mis conferencias he hablado a veces de la Poesía, pero de lo único que no puedo hablar es de mi poesía. Y no porque sea un in­consciente de lo que hago. Al contrario, si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios o del demonio, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo, y de darme cuenta en abso­luto de lo que es un poema.

 

 

PALABRAS DE JUSTIFICACION

 

Ofrezco en este libro, todo ardor juvenil, tortura y ambición sin me­dida, la imagen exacta de mis días de adolescencia y juventud, esos días que enlazan el instante de hoy con mi infancia reciente.

En estas páginas desordenadas va el reflejo fiel de mi corazón y de mis ansias teñido del matiz que le prestara, al poseerlo, lc vida palpi­tante en torno, recién nacida para mi mirada.

Se hermana el nacimiento de cada una de estas poesías que tienes en tus manos, lector, al propio nacer de un brote nuevo del árbol músico de mi vida en flor. Ruindad fuera el menospreciar esta obra que tan enlazada está a mi propia vida.

Sobre su incorrección, sobre su limitación, segura, tendrá este libro la virtud, entre otras muchas que yo advierto, de recordarme en todo instante mi infancia apasionada correteando desnuda por las praderas de una vega, sobre un fondo de serranía.

 

                                                                                                                                                          (1921)

 

 

 

VELETA

Julio de 1920. (Füente Vaqueros, Granada.)

 

 

Viento del Sur,

moreno, ardiente,

llegas sobre mi carne,

tiayéndome semilla

de brillantes

miradas, empapado

de azahares.

 

Pones roja la luna

y sollozantes los álamos cautivos, pero vienes

¡demasiado tarde!

¡ya he enrollado la noche de mi cuento

en el estante!             

 

Sin ningún viento,

¡hazme caso!

gira, corazón;

gira, corazón.

 

Aire del Norte,

¡oso blanco del viento!

llegas sobre mi carne

tembloroso de auroras

boreales,

con tu capa de espectros

capitanes,

y riyéndote a gritos

del Dante,

¡oh pulidor de estrellas!

pero vienes demasiado tarde.

 

Mi almario está musgoso

y he perdido la llave.

 

Sin ningún viento,

¡hazme caso!

gira, corazón;

gira, corazón.

 

Brisas, gnomos y vientos

de ninguna parte.

Mosquitos de la rosa

de pétalos pirámides.

Alisios destetados

entre los rudos árboles,

flautas en la tormenta,

¡dejadme!

tiene recias cadenas

mi recuerdo,

y está cautiva el ave

que dibuja con trinos

la tarde.

 

Las cosas que se van no vuelven nunca

todo el mundo lo sabe,

y entre el claro gentío de los vientos

es inútil quejarse. ,

¿Verdad, chopo, maestro de la brisa?

¡es inútil quejarse!             

 

Sin ningún viento,

¡hazme caso!

gira, corazón;

gira, corazón.

 

 

 

LOS ENCUENTROS DE UN CARACOL AVENTURERO

Diciembre de 1918. (Granada.)

A Ramón P. Roda.

 

Hay dulzura infantil             

en la mañana quieta.             

 

Los árboles extienden

sus brazos a la tierra.

 

 

Un vaho tembloroso

cubre las sementeras,

y las arañas tienden

sus caminos de seda

rayas al cristal limpio

del aire.

En la alameda

un manantial recita

su canto entre las hierbas.

Y el caracol, pacífico

burgués de la vereda,

ignorado y humilde,

el paisáje contempla..

La divina quietud

de la Naturaleza

le dio valor y fe,

y olvidando las penas

de su hogar, deseó

ver el fin de la senda.

 

Echó a andar a internóse

en un bosque de yedras

y de ortigas. En medio

había dos ranas viejas

que tomaban el sol,

aburridas y enfermas.

 

Esos cantos modernos,

murmuraba una de ellas,

son inútiles. Todos,

amiga, le contesta

la otra rana, que estaba

herida y casi ciega:

cuando joven creía

que si al fin Dios oyera

nuestro canto, tendría

compasión. Y mi ciencia,

pues ya he vivido mucho,

hace que no lo crea,

yo ya no canto más...

 

Las dos ranas se quejan

pidiendo una limosna

a una ranita nueva

que pasa presumida

apartando las hierbas.

 

Ante el bosque sombrío

el caracol se aterra.

Quiere gritar. No puede.

Las rams se le acercan.

 

¿Es una mariposa?,

dice la casi ciega.

Tiene dos cuernecitos,

la otra rana contesta.

Es el caracol. ¿Vienes,

caracol, de otras tierras?

 

Vengo de mi casa y quiero

volverme muy pronto a ella.

Es un bicho muy cobarde,

exclama la rana ciega.

¿No cantas nunca? No canto,

dice el caracol. ¿Ni rezas?

Tampoco: nunca aprendí.

¿Ni crees en la vida eterna?

¿Qué es eso?

Pues vivir siempre

en el agua más serena,

junto a una tierra florida

que a un rico manjar sustenta.

Cuando niño a mí me dijo,

un día, mi pobre abuela

que al morirme yo me iría

sobre las hojas más tiernas

de los árboles más altos.

 

Una hereje era tu abuela.

La verdad te la decimos

nosotras. Creerás en ella,

dicen las ranas furiosas.

 

¿Por qué quise ver la senda?

gime el caracol. Sí creo

por siempre en la vida eterna

que predicáis...

 

Las ranas,

muy pensativas, se alejan,

y el caracol, asustado,

se va perdiendo en la selva.

 

Las dos ranas mendigas

como esfinges se quedan.

Una de ellas pregunta:

¿Crees tú en la vida eterna?

Yo no, dice muy triste

la rana herida y ciega.

¿Por qué hemos dicho, entonces,

al caracol que crea?

Porque... No sé por qué,

dice la rana ciega.

Me lleno de emoción

al sentir la firmeza

con que llaman mis hijos

a Dios desde la acequia...

 

E1 pobre caracol

vuelve atrás. Ya en la senda

un silencio ondulado

mana de la alameda.

Con un grupo de hormigas

encarnadas se encuentra.

Van muy alborotadas,

arrastrando tras ellas

a otra hormiga que tiene

tronchadas las antenas.

El caracol exclama:

hormiguitas, paciencia.

¿Por qué así maltratáis

a vuestra compañera?

Contadme lo que ha hecho.

Yo juzgaré en conciencia.

Cuéntalo tú, hormiguita.

 

La hormiga medio muerta,

dice muy tristemente:

yo he visto las estrellas.

¿Qué son estrellas?, dicen

las hormigas inquietas.

Y el caracol pregunta

pensativo: ¿estrellas?

Sí, repite la hormiga,

he visto las estrellas.

Subí al árbol más alto

que tiene la alameda

y vi miles de ojos

dentro de mis tinieblas.

E1 caracol pregunta:

¿pero qué son estrellas?

Son luces que llevamos

sobre nuestra cabeza.

Nosotras no las vemos,

las hormigas comentan.

Y el caracol: mi vista

sólo alcanza a las hierbas.

 

Las hormigas exclaman

moviendo sus antenas:

te mataremos, eres

perezosa y perversa.

El trabajo es tu ley.

 

Yo he visto a las estrellas,

dice la hormiga herida.

Y el caracol sentencia:

dejadla que se vaya,

seguid vuestras faenas.

Es fácil que muy pronto

ya rendida se muera.

 

Por el aire dulzón

ha cruzado una abeja.

La hormiga agonizando

huele la tarde inmensa

y dice: es la que viene

a llevarme a una estrella.

 

Las demás hormiguitas

huyen al verla muerta.

 

E1 caracol suspira

y aturdido se aleja

lleno de confusión

por lo eterno. La senda

no tiene fin, exclama.

Acaso a las estrellas

se llegue por aquí.

Pero mi gran torpeza

me impedirá llegar.

No hay que pensar en ellas.

 

Todo estaba brumoso

de sol débil y niebla.

Campanarios lejanos

llaman gente a la iglesia.

Y el caracol, pacífico

burgués de la vereda,

aturdido a inquieto

el paisaje contempla.

 

 

 

CANCION OTOÑAL

Noviembre de 1918. (Granada.)

 

Hoy siento en el corazón

un vago temblor de estrellas,

pero mi senda se pierde

en el alma de la niebla.

La luz me troncha las alas

y el dolor de mi tristeza

 

va mojando los recuerdos

en la fuente de la idea.

 

Todas las rosas son blancas,

tan blancas como mi pena,

y no son las rosas blancas.

que ha nevado sobre ellas.

Antes tuvieron el iris.

También sobre el alma nieva.

...

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