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EL EGIPTO
MUSULMAN
EL CAIRO Y SUS MEZQUITAS
y
EL EGIPTO ANTIGUO
DE MENFIS A TEBAS
Edouard Schuré
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PREFACIO
Hace unos nueve años rendí homenaje en mi libro
sobre los Grandes Iniciados ( J ) a la santa e inmemorial
verdad esotérica, de la que no soy sino uno de sus más
humildes representantes. Con los Santuarios de Oriente
aporto una segunda piedra para la construcción del
Templo que están levantando hoy en día, consciente o
inconscientemente, los grandes arquitectos y los valerosos
obreros de todos los países.
Sólo escaso número de hombres ha comprendido esta
verdad, siempre ignorada por las autoridades oficiales de
la enseñanza occidental (la Iglesia y la Universidad). El
vulgo no ha sospechado tan siquiera su existencia, a
pesar de que pertenece a todas las épocas, pues, aunque en
esencia, no reside en el conocimiento de los hechos
naturales, los esclarece, ordena y explica con su claridad
meridiana. Tiene ella su origen en las profundidades
del alma, en la contemplación intelectual de las Ideas-
Madre; ! y en la energía de la Voluntad aplicada a la vida
espiritual. Se manifiesta con diversa intensidad en los
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(1) Ed. Kier, Colección "Joyas Espirituales".
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Mesías fundadores de las grandes religiones, en la tradición
oculta propiamente dicha, y en los filósofos escolásticos,
quienes tanto en la India como en Grecia y en los tiempos
modernos, han traducido, fraccionado y oscurecido casi
siempre con su enseñanza dialéctica la luz interna. Esta
verdad esencial, central y superior es, pues, el alma vital de
todas las grandes religiones; es la síntesis de todas las
sucesivas revelaciones, y es el origen y el fin de toda la
Ciencia. Además, esta verdad es siempre variada en forma,
idéntica a sí misma en el fondo, porque brota a la vez del
manantial cambiante, del alma y de la fuente inmutable, o
sea, del Espíritu universal. De tal manera, concuerda la
doctrina secreta en sus principios fundamentales y se la
descubre en los brahmanes. en los sacerdotes egipcios, en
Pitágoras, en el Zohar del rabino Simón-Ben-Jokai, en el
cabalista Enrique Kunrath, en el pobre zapatero Jacobo
Boehme, en Luis Claudio de Saint Martín, el filósofo
desconocido del siglo XVIII, o en Fabre d'Olivet, ese
profundo erudito y maravilloso pensador, a quien sus
colegas y sucesores despreciaron y desconocieron; ese
académico a quien Napoleón I persiguió por ideólogo.
Así, pues, la tradición esotérica, escrita u oral, existe
sin interrupción a través de los siglos. Pero su cadena de
oro no se enlaza ni se renueva sino por el esfuerzo
continuo y la inspiración personal de los que la forman.
Cada nuevo desarrollo de la humanidad exige una adap-
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tación apropiada de su parte y una nueva manera de
presentarla.
Llevado de esta idea, he intentado hacer en los Grandes
Iniciados una primera síntesis de la historia de las
religiones, desde la India hasta Cristo, y desde éste hasta la
época actual y los tiempos futuros. Lo hice con fuerzas y
conocimientos bien incompletos, mas con la visión clara del
fin que perseguía y la fe absoluta de su ineluctable
necesidad. Como mi libro chocaba con las doctrinas
establecidas de la Iglesia y de la Universidad, no podía
esperar de éstas más que una conjuración de silencio o una
hostilidad declarada. A pesar de lo que esperaba, encontré
en algunos una curiosa acogida, aun en esas altas regiones.
¿Cómo iba yo a guardar rencor a esos representantes
directos o indirectos de la ciencia o de la religión
oficiales si, al acogerme con simpatía, sonreían indulgente o
burlonamente, ya que su incontestable interés
demostraba su liberalismo y amplitud de espíritu? Pero
sobre todo hubo una cosa que me recompensó de mi
audacia, y fue el entusiasmo generoso que una juventud
escogida manifestó por mi tentativa. Y fue también la voz
de las almas paternas que, silenciosamente, habían sufrido
con mis dolores y luchado en mis combates. De cerca y de
lejos, esos amigos desconocidos me volvieron a dar
fuerzas para esperar, valor para obrar, y esa fe íntima
que hace fecundas las pruebas v sobrevive a los
descalabros.
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